Se trata del libro de Gabriel Levinas, indaga sobre la protección que le habría brindado la Fuerza Aérea durante la dictadura, mientras era uno de los responsables de la inteligencia de Montoneros.
Buenos Aires, 14 de setiembre.(caraycecaonline)A fines de 1976 poco quedaba en pie de las estructuras montoneras. En diciembre había caído la jefatura de Columna La Plata y los nuevos responsables de la Columna Norte que acababan de asumir. Mario Firmenich ya había escapado al exterior y el último miembro de la Conducción Nacional que quedaba en el país fue muerto a tiros en un operativo de un grupo de tareas de la Armada en mayo de 1977. Un parte de la secretaría Militar de Montoneros alertaba que sus comunicaciones internas estaban siendo “penetradas por la inteligencia enemiga”. A esas alturas de la masacre nadie sabía quién había muerto, escapado o desertado y menos aún quién estaba engrillado en los centros clandestinos de las bandas criminales del Estado. La Columna Capital, que había permanecido casi indemne a la represión ilegal, empezó a ser raleada con caídas contínuas a partir de 1977. Su última jefatura fue arrasada en octubre del año siguiente en una casa de Floresta. Por entonces sólo subsistían algunos pelotones dispersos de la Columna Sur que fueron desmantelados por las Fuerzas Armadas a fines de 1978.
Cuando se inició la Contraofensiva montonera a inicios de 1979 no había ningún cuadro en el territorio que no estuviese muerto o desaparecido, o que resultase confiable para contactar, si había sobrevivido.
Esta larga introducción es útil para poner en contexto cómo la guerrilla montonera fue exterminada mientras Horacio Verbitsky, que había integrado la estructura de inteligencia de esa organización que abastecía información al Ejército Montonero para sus operaciones armadas, podía desplazarse por la calle con su nombre legal, nombre legal que quedó sellado en agradecimiento a su colaboración en el libro “El poder aéreo de los argentinos”, publicado por el Círculo de la Fuerza Aérea en mayo de 1979.
La inquietante pregunta “¿Quién es usted, Verbitsky?”, que ya había disparado el escritor David Viñas, vuelve tomar vigencia en el libro “Doble agente. La biografía inesperada de Horacio Verbitsky”, escrito por Gabriel Levinas, con la colaboración de Marina Dragonetti y Sergio Serrichio (Editorial Sudamericana).
La hipótesis que desarrolla el libro es que Verbitsky tuvo protección de la Fuerza Aérea durante la dictadura militar. El dato no es nuevo. Viene siendo mencionado con mayor énfasis desde los años ’90. En un principio Verbitsky lo atribuyó a “una operación” del ex montonero Rodolfo Galimberti para desprestigiarlo en momentos en que desnudaba la corrupción menemista, lo cual, tratándose de Galimberti, entrenado como él en “acciones psicológicas” o de “contrainteligencia” para generar confusión o desprestigio, podría ser verosímil.
Con el correr de los años Verbitsky continuó atribuyendo “la operación” a los distintos personajes o sectores que enfrentaba con su pluma. Pero “Doble agente”, y éste es su valor agregado, ofrece como prueba la participación rentada de Verbitsky en distintas actas oficiales del Instituto Jorge Newbery, fechadas desde octubre de 1978, cuya recepción del material es confirmada en abril de 1979, con un pago mensual que Levinas actualiza a marzo de 2015 en 45 mil pesos mensuales. El pago fue solventado por un subsidio del Comando en Jefe de la Fuerza Aérea. El encargo autoral se reitera por otro trabajo del Instituto confiado a Verbitsky con contrato iniciado el 30 de marzo de 1981, que finalmente fue “entregado en el plazo estipulado”. Levinas también adjunta un manuscrito para el discurso del represor brigadier Omar Graffigna, comandante de la dictadura desde enero de 1979, cuya autoría adjudica a Verbitsky, con pruebas periciales que confirman la “correspondencia formal” con su grafía.
En su descargo, Verbitsky reduce la importancia de las pruebas. Menciona al “Cadete Güiraldes” como un promotor de actividades gauchescas, un personaje pintoresco, sin peso ni influencia en la fuerza durante la dictadura militar (Levinas presenta los manuscritos que prueban que Güiraldes escribía discursos para los comandantes en jefe de la fuerza, Brigadier Orlando Agosti y Omar Grafigna).
Sobre su mención con su nombre legal en el libro que circuló en la Fuerza Aérea en plena represión, Verbitsky explica que no significaba peligro alguno porque entonces era poco conocido. Sin embargo también dice que en 1974 decidió no retornar al país porque –por infidencia del canciller argentino Alberto Vignes a su par peruano- supo que lo esperaban para matarlo y tirarlo en los bosques de Ezeiza. Entonces, su nombre, conocido por un canciller que anticipa una operación de la Triple A de 1974, pierde significación para las fuerzas represivas de la dictadura años más tarde, como si se hubiera vertido sobre él un súbito manto de olvido en un tiempo en que las tres armas competían entre sí para hurgar en los escondrijos, cazar a sus presas y aniquilarlas.
Puede ser cierto, pero es raro. Pocos dudan que Vertbisky era un blanco importante para las Fuerzas Armadas.
El libro de Levinas cumple con los requisitos de una investigación periodística rigurosa. “Doble agente” es impiadoso, detallista e incluso arbitrario con el personaje, como siempre lo fue Verbitsky, en medio siglo de periodismo, cada vez que quiso alzar la voz sobre alguien. Por eso el libro, al reflejarlo, tiene su estilo. Se asemeja a una obra de Verbitsky, quizá algo más llevadera y entretenida.
Como Javier Cercas en “El impostor”, que recorre la vida de un sobreviviente de un campo de concentración nazi en el que nunca estuvo, Levinas va quitando las capas a la cebolla para descubrir claroscuros de Verbitsky a lo largo de su carrera. Y muestra su meteórico ascenso, mérito a su talento, en la prensa desestabilizadora contra el gobierno de Arturo Illia en 1966, como lo era la revista “Confirmado”; da pruebas de los pagos que recibía desde la Secretaría de Prensa del general Onganía por sus colaboraciones anónimas en una revista de humor; pone en evidencia su morosidad para dar crédito, desde la titularidad del CELS, a las denuncias por violación a los derechos humanos que involucraban al general César Milani y hasta ofrece a distintas entidades la entrega de fondos de la Fundación Ford, a la que había denunciado por su vinculación con la CIA, a la par de Rodolfo Walsh, desde el semanario de la CGT de los Argentinos en 1969, como revela “Doble agente”.
Al concluir la lectura de las 452 páginas su credibilidad profesional queda algo lastimada, como si le hubiesen dado un tarascón a su propio mito. Pero la vida política argentina, con sus pasiones, sus miserias y sus tragedias, no permite vidas lineales para los se sostuvieron en forma constante en el primer plano de los acontecimientos y ni siquiera para los que fueron investidos de actos heroicos.
Ahora resulta entendible el tamaño de la réplica de Verbitsky a Levinas y sus invocaciones apocalípticas contra la editorial que se animara a publicar el libro. Menos entendible resultó que se apoyara en la voz un anciano dictador –detenido por crímenes de Estado- para que lo absolviera de su presunta relación con la Fuerza Aérea.
Ahora “Doble agente”, rápidamente convertido en best seller, está a disposición de los lectores, quienes podrán validar o no la calidad de la obra, y el personaje en cuestión, también puede objetarla en la justicia. El valor del ejercicio la “libertad de prensa”, que Verbitsky no ha hesitado en defender en estrados internacionales, termina por convertirse en un boomerang que quizá debiera aplacar su propio enojo.(www.caraycecaonline.com.ar )
clarin.com por Marcelo Larraquy