Editoriales Panorama Político

Los miserables

La primera plana K

Los resabios del «chavokirchnerismo» comienzan a mimetizarse con los rencores de conspiradores de opereta.
(por Jorge Avila)

Buenos Aires, 11 de junio.(caraycecaonline) La salud presidencial, el minué parlamentario y los malestares de la consolidación de una etapa de cambios, fueron los temas de una semana política, donde los resabios del «chavokirchnerismo» comienzan a mimetizarse con los rencores de conspiradores de opereta.

A pesar del escaso criterio en el manejo de información de crisis, la situación que vivió el presidente Macri en la quinta de Olivos, no se trata de un episodio aislado. Es necesario puntualizar que a seis meses de asumir el poder, el nuevo gobierno ha encarado un reordenamiento económico cuyo elevado costo político se niegan a compartir los restantes actores del escenario nacional. Tanto desde la oposición como en las dirigencias empresariales y sindicales, existe un ánimo refractario a sumar aportes para reducir el malhumor que genera un tránsito sin escalas hacia el afianzamiento de un nuevo proyecto socio-económico y político, basado en la ética, el esfuerzo compartido y el respeto de la voluntad popular. Ni hablar del «chavokirchnerismo» que en su desbande alienta la conflictividad e impregna la convivencia cotidiana de desaliento y agresión. De ellos se encarga la justicia, que después de largo tiempo comienza a actuar a la altura de las circunstancias. Mientras los indicadores económicos comienzan a mostrar cifras más esperanzadoras en el inicio del segundo semestre, el corazón de Macri se agita por plegarias no atendidas, ansiedades crecientes y el acecho de nuevas demandas. Desde la mezquinada transición que encabezó Cristina Kirchner, negando la entrega de los atributos presidenciales en diciembre, el semestre transcurrió con aciertos y errores, pero afirmando un rumbo compartido por los restantes integrantes de la coalición, que afronta este domingo su primer examen electoral en Río Cuarto, Córdoba.

De retorno a la actividad, y tras avanzar en el Congreso con la Ley de Reparación Histórica de Jubilados, Macri lanzó el viernes los festejos oficiales por el Bicentenario de la Declaración de la Independencia, en la tierra sanmartinana de Yapeyú. Y aquí conviene hacer un análisis para separar a los miserables que han medrado de política nacional durante largos años, con el espíritu de la inminente celebración del próximo 9 de julio.

El bicentenario de la declaración de la independencia de las “Provincias Unidas en Sudamérica”, que se celebrará este año con innumerables iniciativas, ofrece una nueva ocasión para acercarnos al pasado, no con la intención de “aprender de la historia”, sino más bien con la de interrogarnos críticamente con vistas a la construcción de nuestro futuro como país. Para ello es preciso recordar a grandes rasgos no sólo lo ocurrido en 1816,
Las circunstancias en que el Congreso de Tucumán declaró la independencia fueron de las más difíciles desde 1810. Al convocar el congreso que será conocido póstumamente como Asamblea del año XIII, tras dos años de guerra y disidencias facciosas, el movimiento revolucionario declaró insuficientes los derechos del Fernando VII a causa de su “eterno cautiverio” en manos de Napoleón. Pero en 1814 Fernando fue repuesto en su trono por las potencias restauradoras que acababan de derrotar al Corso, en medio de un clima político e ideológico enemigo de cualquier experimento revolucionario y, ante todo, de cualquier veleidad republicana. Tras la celebración del Congreso de Viena, en Europa los antiguos monarcas recuperaban sus coronas y hacían lo posible por retrotraer el estado de cosas al antiguo sistema monárquico de origen divino. En ese contexto, hasta Inglaterra, que si no se había sumado a la Santa Alianza tampoco se había declarado su enemiga, decidió el embargo de armas a los insurgentes hispanoamericanos.
En América los avances reconquistadores de la causa realista se abren paso y triunfan de Venezuela a Chile, con lo que la revolución rioplatense, único foco de resistencia superviviente, se encuentra acorralada. Sobre ella pesa siempre la amenaza portuguesa –la familia reinante se ha instalado en Río de Janeiro en 1808–, y una inminente expedición española que ataque directamente a Buenos Aires se considera en 1815 prácticamente un hecho.
Fronteras adentro la situación no es menos adversa. En 1815 la disidencia federal que lidera José Gervasio de Artigas se ha expandido desde la Banda Oriental hacia Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y La Rioja. Mientras a la guerra revolucionaria se suman los enfrentamientos con las provincias que han adherido a la liga federal artiguista, que en 1820 pondrá fin al poder central con la caída del Directorio, en el seno mismo de Buenos Aires las luchas facciosas –con sus cambios de bando y sus intrigas interminables– provocan sucesivos derrumbes políticos.
Todos estos hechos conducen a una suerte de callejón sin salida. El congreso de Tucumán, que sucede a la Asamblea, declara la independencia de las “Provincias Unidas en Sudamérica”  en medio de una situación de incertidumbre y un clima de zozobra. La coyuntura de 1816 está marcada por las vacilaciones, las incertidumbres, las indefiniciones y los temores. Problemas como el del federalismo, que el auge del movimiento artiguista pone drásticamente sobre el tapete, han de acompañar la trágica historia del país naciente a lo largo de buena parte del siglo XIX.

Si los argentinos de hoy recordamos lo ocurrido en 1816 dejando de lado los relatos mitológicos, podemos afirmar, que llevamos a buen término la decisión de aquellos hombres que, en medio de una situación desesperada, optaron por crear un país independiente.
En este 2016 la democracia está consolidada. Aprendimos que se trata del mejor sistema de gobierno. Pero también coincidimos en que puede mejorarse. Las peripecias de las últimas décadas invitan a ser prudentes, aprovechando los logros y sobreponiéndonos a los problemas. Estamos en un momento crucial de nuestra historia. Es tiempo de trabajar para construir una nueva etapa política.
A diferencia de otros tiempos, ya no sirve el excesivo triunfalismo, ya no conquista la idea de que el país tiene el porvenir asegurado, o que “está condenado al éxito”, según la frase que se escuchó muchas veces. No existen destinos inexorables. Son siempre impredecibles y cambiantes. Y hay que construirlos. Por lo tanto, los acontecimientos requieren de adaptaciones y acciones creativas. En perspectiva de futuro, es fundamental la construcción de consensos y el fortalecimiento de las instituciones que permitan una acción colectiva eficaz y equitativa en un contexto donde no hay espacio para patéticas miserabilidades ni experimentos que pongan en riesgo la paz social y la convivencia nacional.(www.caraycecaonline.com.ar)

WP2Social Auto Publish Powered By : XYZScripts.com