En el Gobierno Nacional se trabaja bajo la sensación de estar sufriendo una acechanza permanente y cercana que busca generar nervios personales, o trabas en la gestión. (por Nicolás Wiñazki)
Buenos Aires, 7 de agosto.(caraycecaonline) El cartero que durante años llevó correspondencia a la casa del barrio de Haedo en la que vivía la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, un día no aguantó más y le contó una historia que lo atormentaba.
Ella ya había ganado las elecciones. “Tenés que saberlo. Durante meses hubo gente que me paraba en acá cerca y me obligaban a mostrarles las cartas que llevaban tu nombre: te leyeron todo”. Vidal nunca supo con certeza quiénes eran las personas que practicaron ese espionaje ilegal, que parece de otros tiempos, de otra era del mundo, la analógica. Pero intuye que en esta trama estuvieron involucrados los más poderosos funcionarios del Estado K, reconstruyó Clarín en base a fuentes oficiales.
La Gobernadora había hecho la campaña estando segura de que su teléfono estaba intervenido. También se sorprendió cuando en el tramo final sufrió escraches repentinos de jóvenes durante sus recorridas barriales. Nunca le había pasado.
Algunos familiares de dirigentes del PRO sufrieron robos extraños antes de las comicios del 2015.
Macri decidió que esos hechos no se denunciaran públicamente.
La misma noche en la que Cambiemos derrotó al nunca antes tan paradójicamente llamado Frente para la Victoria, a la vice electa, Gabriela Michetti, le robaron plata de su casa. La Justicia cree que el culpable fue uno de sus custodios. De vuelta: uno de sus custodios.
El lunes, ministros o secretarios de Estado entrarán a sus oficinas convencidos de que existe una de red de empleados públicos de rango menor que envían información de sus organismos a la dirigencia K más influyente.
Muchos de los actuales hombres del poder revisaron sus oficinas para detectar si había micrófonos ocultos. Otros lo hacen a menudo.
En el Gobierno Nacional se trabaja bajo la sensación de estar sufriendo una acechanza permanente y cercana que busca generar nervios personales, o trabas en la gestión.
A Vidal, dos policías le revolvieron su despacho gubernamental durante una noche de varios descuidos.
Le pasaron más cosas: similares o peores.
Otro caso: una de las propiedades de su ministro de Gobierno, Federico Salvai fue revisada horas por desconocidos.
El intendente de Pinamar, Martín Yeza, denunció a un jefe policial por corrupción. Diez días después encontró su auto abierto y revuelto.
La titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, preparó durante semanas una denuncia contra el ex jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Lo acusa de haber cobrado 56 millones de pesos del Estado de forma presuntamente irregular. Esa plata terminó en la caja de la Confederacion de Hockey, que presidía el ex funcionario.
La única computadora de la OA en al que se preparaba esa acusación sufrió un ataque cibernético. Los archivos que mencionaban a Fernández se borraron. La denuncia aun no era pública.
En junio pasado, se desató un incendio en un depósito del Ministerio de Seguridad bonaerense cercano al despacho de su titular, Cristian Ritondo. Ahí se guardaban un millón de balas y otras municiones. Los bomberos determinaron que el incendio fue intencional. El gobierno de Buenos Aires emprende desde meses una pelea por transparentar la Policía Bonaerense, el ejército más grande del país.
¿Existe un poder detrás del poder que organiza estas amenazas y hechos concretos? ¿O son producto de personas que actúan de forma autónoma?
La Justicia aún no pudo siquiera determinar a qué hora del 18 o 19 de enero murió el fiscal Alberto Nisman.
El ex jefe de Contrainteligencia de la AFI durante la última década, Antonio Stiuso, dijo en una entrevista con La Nación que a Nisman lo mataron.
Y agrego algo más: afirmó que Cristina Kirchner y Aníbal Fernández quisieron asesinarlo a él.
Declaraciones como ésa, como los hechos narrados en esta nota, terminaron por naturalizarse. (www.caraycecaonline.com.ar)