Ciencia y Teconología Temas en debate

El Estado debe ser motor de la innovación tecnológica para el desarrollo argentino

La tecnología al servicio del desarrollo productivo

Frente a la concepción liberal del “Estado ausente”, emerge como alternativa superadora la construcción de un Estado inteligente e innovador, munido de una lúcida visión estratégica y capaz de liderar el cambio tecnológico y promover su aplicación sistemática en el aparato productivo. (por Pascual Albanese. *Periodista y analista internacional, el autor ha sido subsecretario de Medios de la Nación y subsecretario de Planeamiento Estratégico.)

estado_innovacionBuenos Aires, 8 de febrero.(caraycecaonline) Frente al desafío de competitividad que plantea la economía del siglo XXI, resulta fundamental posicionar al Estado como motor de la innovación tecnológica. La experiencia revela que sólo un Estado activo, animado de una lúcida visión de mediano y largo plazo, puede crear las condiciones propicias para que el sector privado cumpla su papel insustituible en ese proceso en el que se juega hoy el destino de las naciones.

Quienes destacan el liderazgo norteamericano en la revolución tecnológica de nuestra época y enfatizan el ecosistema generado en torno a Silicon Valey y el espíritu emprendedor de personalidades como Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg, cuyo genio creativo originó fenómenos de la dimensión de Google, Apple o Facebook, olvidan mencionar que, en el origen de esa explosión de conocimiento y capacidad empresaria, estuvo la decisión del Estado norteamericano, empeñado en la lucha con la Unión Soviética por la supremacía mundial.

Estados Unidos, urgido por las exigencias de la guerra fría, financió un torrente de investigaciones científicas cuyos resultados construyeron la infraestructura sobre la que se montó esa pléyade de emprendedores exitosos. Internet, esa “red de redes” que constituye la autopista por la que circula la economía mundial, es una derivación de un sistema ideado por los investigadores del Pentágono para las comunicaciones militares.

El conjunto de investigaciones científicas y tecnológicas promovidas desde el gobierno de Ronald Reagan para su proyecto de la “Guerra de las Galaxias”, que desequilibró la relación de fuerzas militares a nivel global y apresuró la disolución de la Unión Soviética, permitió acumular una inmensa base de conocimiento que, aplicada y desplegada en el sistema productivo, impulsó la transformación de la economía estadounidense.

Algunas investigaciones demuestran que las abismales diferencias de productividad entre las economías de Estados Unidos y la Unión Soviética, al revés de la relativa paridad entre ambas superpotencias en el terreno bélico, surgieron de que los soviéticos, obsesionados con el “secreto militar”, se negaban a transferir a sus empresas el conocimiento derivado de sus investigaciones tecnológicas en el campo militar, mientras que los norteamericanos no dudaban en compartir esos descubrimientos con el sector privado.

En su libro El Estado emprendedor, la economista italiana Mariana Mazzucato afirma que “muchas de las innovaciones más radicales en el sistema capitalista vienen de la mano invisible del Estado y no tanto de la del mercado”. Sostiene que cinco de las tecnologías principales de las que se sirve el Ipad (entre ellas Internet y la pantalla táctil) dieron sus primeros pasos en los laboratorios estatales, en particular en las industrias de la defensa y de la exploración espacial, al igual que el “algoritmo madre” de búsqueda de Google.

Según Mazzucato, un 75 por ciento de los remedios que se consiguen en las farmacias de Estados Unidos tuvieron sus fases iniciales en exploraciones del Departamento Nacional de Salud (NIH), que sólo en la última década invirtió 600.000 millones de dólares en investigaciones de base de las que se sirvieron las empresas farmacéuticas. Su recomendación es “hacer lo que los Estados Unidos hacen, no lo que dicen que hacen”.

estado_innovacion3Israel es un ejemplo elocuente de que la decisión estratégica del Estado y la interacción entre el sistema de defensa y el sistema productivo pueden colocar un pequeño país a la vanguardia de la tecnología mundial. Shimon Peres, ex presidente israelí y activo promotor de ese fenómeno, explicó que “el Ejército, en colaboración con la industria civil, se convirtió en una incubadora tecnológica que permitió a mucha gente joven trabajar con equipos sofisticados y adquirir experiencia en puestos directivos”.

Otra demostración cabal de los resultados de este modelo basado en el liderazgo estratégico del Estado y de aprovechamiento civil de las investigaciones del área de defensa es la experiencia argentina en materia nuclear, puesta en marcha durante el primer gobierno de Perón.

Bariloche, sede del Instituto Balseiro y el Centro Atómico Bariloche, se ha transformado hoy en el ámbito propicio para el surgimiento de nuevas empresas tecnológicas de nivel mundial, que abarcan desde la biotecnología hasta la fabricación de nanosatélites, cuyo punto de partida fueron las investigaciones realizadas en esas instituciones públicas de excelencia.

Todo este proceso, que puso a la Argentina entre los países de avanzada tecnológica en energía nuclear, respondió a una visión estratégica sostenida a lo largo del tiempo. La Comisión Nacional Energía Atómica, fundada por un decreto de 1950, con la dirección de un oficial del Ejército, el coronel Enrique González, creó el Centro Atómico Bariloche, que se instaló en esa ciudad de Río Negro en 1952, frente al lago Nahuel Huapi, con el costosísimo equipamiento que el Estado argentino había adquirido para las fracasadas investigaciones del científico austriaco Ronald Ritcher en la isla Huemul.

El Instituto Balseiro nació en abril de 1955, como resultado de un acuerdo entre el Centro Atómico Bariloche y la Universidad Nacional de Cuyo, a la que el gobierno había encomendado los estudios sobre la prospección de uranio en suelo argentino. Para entonces, la CNEA había quedado a cargo de un oficial de la Armada, el capitán Pedro Iraolagoitia, destituido en 1955 y vuelto a designar por Perón en 1973 en ese mismo cargo, en el que permaneció hasta el golpe de 1976.

Pero el verdadero secreto del éxito residió en la continuidad más allá de las contingencias políticas: el primer sucesor de Iraolagoitia, el contralmirante Oscar Quillillat, que estuvo a cargo del organismo entre 1955 y 1973 y luego (bajo el reinado del Sha) fue contratado para colaborar con el desarrollo del plan nuclear iraní, y también su segundo reemplazante, el contralmirante Carlos Castro Madero, que estuvo al frente de la CNEA entre 1976 y 1983, mantuvieron la línea de trabajo originaria, fortalecida por la creación del Instituto Nacional de (INVAP), producto de un convenio celebrado en 1976 entre la CNEA y la provincia de Río Negro, una empresa pública mixta de nivel internacional que constituye hoy un motivo de orgullo para la Argentina. El camino iniciado en la década del 50 con la energía nuclear fue la base que permitió, a partir de la década del 90, los significativos avances de la Argentina en la industria espacial.

Frente a la concepción liberal del “Estado ausente” y las viejas recetas del Estado Benefactor o el Estado empresario, alimentada por las experiencias de Estados Unidos, Israel, o de la propia Argentina durante el primer gobierno de Perón en un campo de avanzada como la energía nuclear, emerge como alternativa superadora la construcción de un Estado inteligente e innovador, munido de una lúcida visión estratégica y capaz de liderar el cambio tecnológico y promover su aplicación sistemática en el aparato productivo, para impulsar el imprescindible salto cualitativo en la competitividad sistémica de la economía argentina.(www.caraycecaonline.com.ar)

Revista Movimiento 21


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