Editoriales Qué pasa

El nombre de la rosa

Obreras en huelga a principios de siglo

La feminización de la política ha sido uno de los fenómenos más resistidos durante los últimos siglos, y si bien el avance es discutible, existen nuevas condiciones.(por Jorge A. Avila)

Buenos Aires, 10 de marzo.(caraycecaonline) Luego de la catarata de discursos, marchas y consignas que se derramaron sobre la sociedad con motivo del reciente Día Internacional de la Mujer, surgen algunas reflexiones que generan inquietud por los colectivos que habitualmente se muestran más activos dentro del feminismo. Entre las reivindicaciones que se enarbolaron con fervor, y en algunos casos con razón, se encuentra la paridad de remuneraciones laborales, inquietud que fue rápidamente atendida por el Gobierno, que envió al Congreso un proyecto para igualar los salarios.

También ha sido el oficialismo, el que abrió el debate sobre la legalización del aborto, otra de las cuestiones que fue central en las movilizaciones feministas y forma parte de la agenda parlamentaria. Y mientras se exige el cese de la violencia machista, los casos de feminicidio se han cuadruplicado  en los últimos cuatro años, según datos del Indec. Vale la pena preguntarse, en los tres casos y ante las variables economicistas que parecen regir los dos primeros postulados, y la reacción social que enmarca el tercero, ¿qué está fallando?.
Hace no mucho tiempo, Norma Morandini, la directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado, al que llegó de la mano del ahora devaluado Luis Juez, hizo una pública autocrítica respecto a sus posiciones políticas, que la enaltecen como lúcida observadora de la cambiante realidad social. Dijo: «Cuando se estableció la Ley de Cupos, fui critica al respecto. Argumenté que de este modo, llegaban a la política las mujeres de, las hermanas de, las hijas de, las amantes de, y se postergaba al resto. Con el tiempo, tuve que pedir públicamente disculpas por mi error. Se transformó en un arma formidable para que muchas mujeres lograran acceder a cargos que antes eran exclusivamente para hombres. Debo agradecer a quienes tuvieron la valentía de defender esa iniciativa en tiempos difíciles, de autoridad patriarcal dentro de los partidos». 

Tal confesión, hace recordar la extensa lucha de quienes desde distintas facciones partidarias fueron incorporando la femeneidad en las decisiones políticas. Desde los tiempos de la sufragista Julieta Lanteri y la primera médica argentina, Cecilia Grierson pasando por el voto femenino impulsado por Eva Perón y tras la restauración democrática, con el denodado trabajo legislativo de Florentina Gómez Miranda.
Hubo, sin embargo, una figura que no aparece con frecuencia en las reseñas oficiales y oficiosas, de quienes han luchado, muchas veces en soledad, para lograr una sociedad menos violenta, más igualitaria y participativa, quien era mirada con cierto soslayo por muchos de sus propios compañeros de partido. Fue quien compartió la injusticia de las postergadas, la angustia de una normativa abortiva hipócrita y finalmente la escasa protección de un Estado paternalista y poco eficiente a la hora de dar respuestas ante la agresión patriarcal, cada vez más extendida. Su incansable labor logró ese cupo, que ahora permite un ámbito legislativo más amplio para las discusiones. En primer lugar, para dejar de tratar a la mujer como «especie protegida», sino como factor disruptivo en la tarea política. También para lograr ese espacio propio, ahora reivindicado por sus antiguas adversarias, que hace a las mejores prácticas de la vida pública. Fue la primera en defender con apasionada lucidez el gradualismo, sabiendo que el tiempo, solo el tiempo, llevaría a la calidad. Como en la ochentosa novela de Umberto Eco, algunos se preguntaran, ¿cuál era el nombre de la rosa?. Se llamaba Gabriela González Gass. Y hoy está ausente, no sólo de las consignas flamígeras, tan efímeras como las ambiciones desmedidas.(www.caraycecaonline.com.ar)

 

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