El autor escribió esta columna para Clarín antes que se anunciara su designación como ministro de Producción.
Buenos Aires, 17 de junio.(caraycecaonline) El primer mandamiento para un gobierno es generar empleo. En nuestro país, la exhortación implica además a todos los actores de un sistema que ha fracasado una y otra vez en dar respuesta a la demanda laboral. Hoy tenemos 3,4 millones de argentinos con problemas de empleo (desocupados y subocupados) y casi diez millones de trabajadores en situación precaria (informales y cuentapropistas) que confirman la inviabilidad del régimen.
El mercado laboral hace agua por todos lados, encorsetado en una legislación de más de cuarenta años, obsoleta e impotente para dar respuesta a los desafíos actuales. Hoy exhibe su fracaso: escasa generación de empleo, creciente informalidad, fragmentación laboral y exigua adaptación a los cambios tecnológicos. Esta problemática obliga a impulsar sin dilaciones una nueva visión en las políticas de empleo que contemple un esquema de relaciones más flexibles y descentralizadas, con foco en la capacitación y elevada contención social.
Más allá de las urgencias, la agenda del trabajo debe contemplar un horizonte de mediano y largo plazo y avanzar hacia el nuevo escenario que la industria 4.0 está generando en otras latitudes pero que se aproxima a nuestro país por la propia dinámica de la innovación tecnológica y porque, indefectiblemente, la integración de Argentina al mundo acorta plazos y acerca desafíos.
A nivel internacional, en la última década se ha originado una nueva revolución industrial que impactó de lleno en la dinámica de los mercados laborales. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que en aquellas economías donde la robotización avanzó aceleradamente, no existieron efectos disruptivos sobre el mercado de trabajo.
Donde sí ha impactado la automatización es en la asignación del ingreso. Si bien el mundo es más igualitario que hace algunas décadas, la distribución hacia adentro en los países desarrollados ha sido regresiva en los últimos años debido a un retroceso significativo en la proporción de puestos de calificación media, dando pie a una mayor brecha salarial entre los salarios de jerarquía y la base de la pirámide.
¿Qué hicieron otros países? Orientaron sus políticas tras un eje clave: involucrar a todos los actores: gobierno-empresas- sindicatos-institutos educativos, en promover la inversión en conocimiento y en la capacitación. Por ejemplo, la industria alemana (la más avanzada de toda Europa) invierte significativamente en Investigación y Desarrollo y apunta a traducir las tecnologías en productos comerciables. Pero además, posee un sistema educativo con una relación integrada con la empresa, vinculando la teoría con la práctica. En este esquema, el núcleo es la comunicación ya que empleadores y sindicatos informan las nuevas necesidades o la ausencia de profesionales y las escuelas adaptan sus contenidos, actualizándose permanentemente.
Si miramos hacia acá, el gran reto que tiene Argentina es, fundamentalmente, transformar su sistema educativo: pasar de la escuela del siglo XX a la del siglo XXI. Invertimos una cantidad importante de recursos en educación (6% del PBI entre Nación y provincias) pero obtenemos resultados muy pobres.
Así, el perfil de nuestros egresados parece amoldarse mucho más al mercado laboral de hace medio siglo. Un ejemplo revelador es que por cada 50.000 graduados en sociales, abogacía y psicología, hoy se reciben sólo 85 en ingeniería aeronáutica, 80 en petrolera, 34 en hidráulica, 34 en minera, 19 en metalúrgica y 10 en nuclear.Nuestros jóvenes no se están preparando para los nuevos requerimientos que el avance tecnológico impondrá en el mercado laboral en las próximas décadas, lo cual debe obligar al sector público, y también al privado, a profundizar medidas tendientes a estimular carreras esenciales.
La estrategia debe dar respuesta a los dos principales desafíos que presenta el nuevo mapa internacional del trabajo: la capacitación y la distribución. Nuestro país necesita herramientas que contribuyan a lograr un capital humano lo suficientemente calificado para adaptarse al cambio y, al mismo tiempo, construir consensos sobre la manera más equitativa de distribuir los ingresos. Esta agenda, urgente pero que proyecta el futuro, no puede dejar de lado a ningún actor relevante. Estado, empresas, sindicatos e instituciones educativas deben sentarse a discutir y acordar cómo será el nuevo trabajo argentino.(www.caraycecaonline.com.ar)