La patrulla que rodeaba aquellos depósitos, sin contemplaciones, disparó sus fusiles. En Pepirí y la avenida Amancio Alcorta quedaron tendidos cinco cuerpos sin vida de aquellos asalariados en lucha. Había también decenas de heridos. La violencia había irrumpido.(por Roberto Muñoz)
Buenos Aires, 7 de enero.(caraycecaonline)En el amanecer del 7 de enero de 1919, huelguistas con sus familias intentaron parar a las seis chatas que salían de los depósitos de la metalúrgica Vasena, para que los conductores se plegaran a la huelga.
Pero la patrulla que rodeaba aquellos depósitos, sin contemplaciones, disparó sus fusiles. En Pepirí y la avenida Amancio Alcorta quedaron tendidos cinco cuerpos sin vida de aquellos asalariados en lucha. Había también decenas de heridos. La violencia había irrumpido.
Y con tal virulencia que el 9 de enero de 1919 las mismas fuerzas de militares y policías, mataron a balazos a decenas de los que iban en el cortejo de unos 20 mil manifestantes que acompañaban los restos de los cinco trabajadores fusilados del piquete huelguista.
El conflicto gremial en la empresa Vasena había comenzado en diciembre del año anterior por el reclamo de aumento salarial, una jornada laboral de 8 horas, el pago del domingo, el fin del trabajo infantil y la libertad de los presos sindicales.
Pedro Vasena, en cuyo directorio figuraban los ingleses Pruden y Lockwort, se negó a negociar y contrató “rompehuelgas” y guardaespaldas.
Entonces, gran parte de los 2.500 obreros asaltó e incendió los talleres de Barcala y General Urquiza, del barrio porteño de Pompeya. Fue cuando algunos directivos sólo tuvieron tiempo para huir por los fondos. Había estallado la histórica o que la historia recuerda con el nombre de “Semana Trágica”.
La lucha fue extendida a las principales ciudades argentinas y la opinión pública, particularmente las clases medias y altas, se atemorizó con “el fantasma del comunismo que recorría Europa”. Un símbolo que enarbolaban los “maximalistas” (bolcheviques) desde el triunfo de la Revolución Rusa hacía pocos más de un año.
Ese miedo fue el gestor de la llamada Legión Patriótica, organizada en el Círculo Naval que encabezaba Manuel Carlés estaba conformada por civiles armados, hombres y mujeres de familias ricas y militares “nacionalistas”y radicales anti-yrigoyenistas. También hubo otros grupos parapoliciales antiobreros. En muchos casos, llegaron a atacar comercios judíos. Era una ola reaccionaria que buscaba condicionar al primer gobierno de Hipólito Yrigoyen.
La ciudad de Buenos Aires, en tanto, veía recrudecer los incidentes en distintos puntos. La Federación Obrera Regional Argentina ( F.O.R.A.) IX Congreso, que propiciaba las negociaciones gremiales, había crecido de 20 mil a 500 mil afiliados.
Los carros de asalto recorrían las calles y aquellos primeros muertos eran velados en la sede del Comité de Huelga de la avenida Amancio Alcorta.
Los piquetes de huelga, a su vez, iban a las fábricas y al Congreso Nacional, en busca de solidaridad.
El 9 de enero un cortejo de unas 20 mil personas acompañó a los caídos hasta el cementerio de la Chacarita, encabezados por el Comité de Huelga al que resguardaban 150 hombres armados.
La policía, que había cargado contra la multitud apenas iniciada la marcha, volvió a balearla en Corrientes y Yatay, donde se produjo una gran dispersión. Más muertos y heridos.
Así, al cementerio sólo llegaron unos 300 manifestantes. La policía los esperó en el peristilo y les siguió disparando hasta que los ataúdes quedaron allí, sobre el piso, bajo custodia uniformada.
Voceros de las fuerzas de represión estimaron que había 400 muertos, los sindicalistas, en algunos casos hablaron de 4.000. Oficialmente, nunca se pudo precisar el número de las víctimas fatales.
Los detenidos y prontuariados sumaron 55.000.
El 10 de enero Elpidio González, jefe de la Policía y amigo del presidente Yrigoyen, convocó una reunión entre los representantes obreros y los dueños de los Talleres Vasena.
En tanto, proseguían los incidentes y el grupo parapolicial Guardia Blanca, consumaba atentados antisemitas.
El sábado 11 de enero, el general Luis Dellepiane, a cargo de los cinco regimientos y 2.500 de marinos que ocupaban la ciudad, se reunió con el secretario de la FORA IX Congreso, Sebastián Marotta, para instarlo a que fuera levantada la huelga.
El presidente Irigoyen, en tanto, recibía a Alfredo Vasena para proponerle que aceptara el pliego de peticiones de los trabajadores. Ordenaba también la libertad de los detenidos sin procesamiento judicial.
El diálogo había abierto las compuertas para que el furor mermara, terminara.
La F.O.R.A. IX Congreso se avino a un acuerdo y propició la vuelta al trabajo. La misma posición pregonó el Partido Socialista.
La represión así, quedó concentrada contra el otro sector anarquista, la F.O.R.A. V Congreso que insistía en proseguir la huelga.(www.caraycecaonline.com.ar)