Esta nueva etapa de la crisis venezolana puede estar exponiendo que el régimen ya no controla a las masas como lo hizo los últimos 5 lustros. El chavismo propone diálogo para ganar tiempo. Lo cierto es que se ha reducido su poder económico con el que cementa las lealtades
Así hizo cuando apareció súbitamente en El Vaticano, en octubre de 2016, para una reunión con el Papa que le sirvió como ariete para imponer negociaciones a una oposición en aquel momento mucho más fortalecida por su victoria arrolladora en las parlamentarias de 2015. Con esa acrobacia dilatoria, el delfín de Hugo Chávez buscaba escapar de la trampa del revocatorio de su mandato al que lo obligaba la Constitución pergeñada por su mentor y que debía consumarse ese año cuando se cumplía la mitad de su periodo.
La misma escena se repitió con los encuentros en Santo Domingo de fines de 2017, esta vez con un involucramiento público de la Iglesia, que le sirvieron al régimen para ir estirando los tiempos mientras construía el edificio de la reelección de Maduro de mayo de 2018. Esos diálogos, en los cuales descolló como mediador del lado del régimen el insólito ex presidente español José Luís Rodríguez Zapatero, también concluyeron en otro fallido.
La base del fracaso fue la negativa del régimen a un puñado de cuestiones básicas: liberar a los presos políticos, el levantamiento de la proscripción a los candidatos opositores y la presencia de observadores internacionales que garanticen que no se manipule el comicio como sucedió con la votación de constituyentes de 2017. Eran condiciones que el régimen no podía aceptar porque sellaban su suerte. Cuando el Vaticano recordó que se debía cumplir con esos compromisos, el locuaz segundo hombre fuerte de la nomenclatura, Diosdado Cabello, le recomendó al secretario de Estado de Jorge Bergoglio, Pietro Parolin, que debía mejor ocuparse de la pedofilia en la iglesia.
El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López (c), y la cúpula militar. Apoyo a Maduro. EFE
Una mirada benevolente indica que la oposición entró en ese juego, no una sino varias veces, al no advertir la maniobra. Pero esos resultados no nacieron de una particular astucia de la nomenclatura. Más bien de cierta complicidad de la disidencia para conjurar, incluso con concesiones, que un alzamiento popular acabe definiendo el mapa político del país. Ese doble juego es la explicación objetiva de por qué terminó disolviéndose el poder opositor de esos años. El riesgo de que la iniciativa rebelde pase a las barriadas populares volvió a multiplicarse ahora por el colapso extraordinario de la economía y la huida de las clases media. Por eso sucede lo que vemos, con una nueva dirigencia opositora de pronto fortalecida, que busca anticiparse liderando un proceso que ya parece irreductible.
Hay otras dimensiones para observar. La torta distributiva con la que el régimen cementa lealtades se ha encogido a tono con la crisis. Ese proceso disparó internas encendidas en la cúpula del poder que se saldaron con purgas de aliados de Chávez y con el sacrificio de piezas propias. Es curiosa, al menos, la pérdida de influencia y presencia pública del ex vicepresidente Tarek El Aissami, integrante del círculo íntimo del presidente y adversario de Cabello. La sensibilidad del tema se advierte en que de ese reparto de fondos depende el poder de fuego de la nomenclatura, de la alta oficialidad militar y del más de millón y medio de comandos civiles.
El único ingreso en dólares de Venezuela proviene de las ventas de petróleo a EE.UU., un negocio que ha mermado por la doble caída de la producción y del precio del crudo. El país genera poco más de un millón de barriles diarios. Con menos de la mitad paga la deuda con China, otro tercio va a Norteamérica y el resto se reparte en Petrocaribe y el consumo local. Este panorama expone que la cuestión principal no se resume en sobre qué sucederá con las Fuerzas Armadas. sino de qué modo se saldará esta fricción en el vértice del poder.
Otro dato en el cual vale la pena detenerse es el propio Guaidó, una figura descollante del partido liberal Voluntad Popular de Leopoldo López, el preso político más notorio del régimen. La irrupción de este dirigente, desconocido hasta hace pocos días, exhibe en principio la profundidad de la grieta sin matices que rige la política venezolana. La socialdemocracia está ausente en el escenario. El ex gobernador Henrique Capriles, de esa orientación, permanece en silencio y su partido, Primero Justicia, que fue el más poderoso de la disidencia venezolana y de la MUD, vive un eclipse quizá definitivo.
La instauración de Guaidó y el fortalecimiento de Voluntad Popular puede estar reflejando la ruptura definitiva de lo que podríamos llamar el residual del establishment venezolano con el régimen. Pero también una alarma recargada por el descontrol que puede sobrevenir si se pierde el timón de la protesta. La versión de contactos entre el legislador y Cabello antes de la gran marcha del miércoles, indicaría la coordinación ante un escenario de grave riesgo. Maduro y su grey posiblemente comprendan el punto limite que están atravesando, pero no pueden retroceder por una combinación de factores. Perderían todo lo acumulado a lo largo de estos años de chavismo en los que enormes fortunas fueron construidas de la nada y sin esfuerzo, y muchos de ellos acabarían en la cárcel. Entre ellos, militares citados en investigaciones de narcotráfico como el mayor general Néstor Reverol, ex jefe de la Guardia Nacional de Venezuela. La propuesta de amnistía de Guaidó, que copia la que el Parlamento propuso inmediatamente después de la victoria legislativa de 2015, busca moderar esos temores. Pero es complicado porque esa misma preocupación es la que fortalece a los halcones del régimen dispuestos a no ceder. El desafío es cuánto puede aguantar de pie esta estructura tóxica.
Un dato objetivo que exhibe esta etapa de la crisis es que el chavismo ya no puede controlar a las masas como lo hizo por casi cuatro lustros. La demanda opositora a los militares para que actúen busca que cuiden las formas en que deben suceder las cosas. Este es quizá el punto nuevo más importante de este drama, el giro considerable que puede, esta vez sí, incubar el cambio del paradigma venezolano.
La historia suele ser tan impiadosa como elocuente. Mientras todo esto sucede, Cuba, el referente simbólico del experimento chavista, se presentaba en el foro de Davos para exhibir sus avances de apertura y necesidades de crédito e inversiones. Son muchas soledades para Maduro y su orquesta.(www.caraycecaonline.com.ar)
Clarin por Marcelo Cantelmi