Buenos Aires, 17 de noviembre.(caraycecaonline) Buenos Aires, 17 de noviembre.nAntes que nada, vaya un reconocimiento a Tío Alberto por el esfuerzo y el tiempo que le está dedicando a la principal preocupación que hoy tiene el pueblo argentino: el histórico conflicto latinoamericano, tan bien retratado por Eduardo Galeano en su inmortal libro “Las venas abiertas de América Latina”. Hubo que esperar cinco siglos hasta la llegada de Alberto, pero valió la pena. América del Sur ya tiene conductor.
No sabemos si va a lograr bajar la inflación o la pobreza en la Argentina. Ni siquiera sabemos si va a lograr que los partidos se vuelvan a jugar con hinchada visitante, pero por lo menos ya podemos decir que la emancipación latinoamericana está encaminada.
El único problema es que, en su entusiasmo por la Patria Grande, Tío Alberto cometió un pequeño error. Veamos.
Toda persona que alguna vez haya puesto un negocio de cualquier cosa sabe que hay dos tipos con los que nunca te podés pelear: el que te presta la guita y el que te compra la mercadería.
Para la Argentina, uno es EEUU representado hoy por Donald Trump y el otro es Brasil representado hoy por Jair Bolsonaro. Y con los dos se peleó Tío Alberto el lunes. O en todo caso, la línea interna del albertismo llamada lunesismo.
Lamentablemente, esta semana la mejor línea interna de Tío Alberto que es el miercolismo, no apareció con la misma intensidad con la que lo hizo las dos semanas anteriores.
De hecho, el miercolismo se distrajo y permitió que el jueves se fuera a boludear a Uruguay y se abrace con Tabaré Vazquez para alegría de los uruguayos que todavía recuerdan el paso de Fernández por la jefatura de Gabinete de Kirchner, cuando le bloquearon los puentes y le hicieron la guerra al actual presidente charrúa. Esperemos que el kirchnerismo no se asombre si el próximo domingo el Frente Amplio pierde el ballotage contra el candidato del Partido Blanco, Lacalle Pou.
Dicho sea de paso, Tabaré Vazquez es un líder progresista al que la conspiración mediática y judicial no ha perseguido, o sea, no fue víctima del famoso lawfare. Tampoco Mujica. ¿Se les traspapeló? ¿Se olvidaron de los dos? ¿No les importa Uruguay? ¿O será que no los persiguen simplemente porque no son chorros? Misterios latinoamericanos.
Sin embargo, lo que verdaderamente debería preocuparnos, y a lo que hay que prestar mucha atención, es a la persona que van a designar como Canciller. Hoy en día es el cargo más importante a cubrir.
El ministro de Relaciones Exteriores es el tipo que va a poner la cara por todos nosotros ante el mundo. Y dadas las circunstancias internacionales en general y las regionales en particular, el Canciller es la mitad del gobierno. Con el tiempo veremos si la otra mitad es Alberto, Cristina o Máximo. O un cachito de cada uno.
En este punto cabe explicar que hablar inglés no significa saber decir “my teacher is good and the pencil is red”. Hablar inglés es reunirte en un bar en el barrio de Georgetown con un importante asesor del Secretario de Estado y poder mantener una conversación fluida sobre acuerdos de biotecnología entre la Casa Blanca y la Casa Rosada sin necesidad de un traductor para entender a un tipo que te va a estar hablando en un inglés lunfa mientras toma cerveza y masca chicle a la vez.
Para colmo la conversación hay que sostenerla con todo el talento que requiere la diplomacia, recordando que “la diplomacia es el arte de mandar al carajo a un tipo de una manera suficientemente elegante y sutil como para que el insultado te pida que le indiques el camino” según inmortalizó aparentemente Winston Churchill.
Por supuesto también hay que saber hablar perfecto portugués. El portuñol no va más. Como mínimo tenés que saber hablar el idioma de los tipos que nos compran la mercadería.
Alguien de la línea miercolista de Tío Alberto debería explicarle al resto de las líneas internas albertistas que hacer la L de Lula con los dedos será muy simpático, pero por ahora el presidente del Brasil va a seguir siendo Jair Bolsonaro hasta enero de 2023. O somos vivos o nos vamos a terminar metiendo los deditos de la L en el upite.
Es hora de que nos tomemos el asunto de las relaciones exteriores en serio.
Los grandes temas se cocinan después de caer bien en una recepción que da, por ejemplo, el presidente del Banco Europeo en el castillo de una condesa italiana junto al Lago di Como.
El Canciller deberá ser una mujer o un hombre preparado, entrador, seductor, educado, deberá manejar idiomas y poder hablar de cosas interesantes.
Es muy importante que el Canciller tenga una mirada crítica y equilibrada sobre lo que ocurre en Bolivia o en Chile. Pero también tiene que saber que el cuchillo de pescado no se usa ni para cortar el pescado ni para metérselo entre los dientes cuando se te queda una espinita. En todo caso, un buen Canciller siempre lleva en el boslillo un escarbadientes para usarlo escondido detrás de los cortinados.
Además de afirmar con convicción que Venezuela es una dictadura, un Canciller debe saber que el cuchillo de pescado se usa fundamentalmente para ayudar a subir el bocado al tenedor y debe ingeniárselas para acomodarlo sin empujarlo con el dedito.
Si en el camino del plato a la boca, el trozo de bacalao se cae al piso, hay que saber hacerse el boludo. En ese caso. si eligen a Solá, va a tener que poner la misma cara que pone cuando le preguntan por su alianza en 2009 con Macri y De Narváez.
Idiomas, elegancia, conocimiento del mundo. ¿Es mucho pedir? No lo sé. La realidad indica que un Canciller tiene dos destinos posibles: o es una personalidad considerada en el mundo de la diplomacia internacional o es ese boludo que está ahí parado, con un canapé en la mano.
El Canciller es el cargo más importante de los tiempos por venir. Espero que Tío Alberto lo decida un miércoles.(www.caraycecaonline.com.ar)