Buenos Aires, 11 de junio.(caraycecaonline) Una mirada lineal, contundente, dice que las fantasías de Messi disimularon las oscuridades colectivas de la Selección. Menos mal que ese pequeño fenómeno de este juego de la pelota salió desde el banco para iluminar a un equipo que se mostró vacío de contenido intelectual para exponer herramientas diferentes a las que le permitieron gozar ante Chile. La débil Panamá exigía mucho más ingenio y movilidad antes que la presión y la salida rápida que liquidaron a Alexis Sánchez y compañía. Eso sí, también hay otra observación incomprobable, pero posible: sabiendo el contexto híper favorable, con el gol de arranque, tal vez Argentina se relajó y lo pagó regalando esa hora de desarrollo imposible de digerir. Aquí, el resultado no generaba incertidumbre. La incógnita pasaba por el juego. En ese sentido, hasta que Martino puso a Messi las respuestas no aparecieron. Con Leo, llegó la fiesta.
Al cabo, en un escenario semejante, lo que se espera es que Argentina se ponga a tono con el sitio en el que atraparon Paul McCartney, los Stones, Pink Floyd. Pero no hubo recital celeste y blanco sin Messi.
Desde la expulsión hasta el ingreso de Messi, en la segunda media hora, la historia de la Selección fue más o menos parecida. El ingreso de Lamela por el lesionado Di María le amplió el abanico de ofertas de pase a Banega. Pero nada deslumbrante. Alguna combinación y punto.
En el último tercio, ya con el genio en el césped en lugar de Augusto Fernández y con Banega retrasado de doble 5, el 4-2-3-1 mutó en 4-3-3. Es que Messi se ubicó detrás de los tres atacantes. Y desde ahí empezó a capturar momentos para celebrar. Enseguida una carambola por una salida imperfecta panameña que pegó en la cara de Higuaín ubicó a Leo cara a cara, en instancias en las que no falla: 2-0. El tiro libre majestuoso y otra resolución con clase del mejor del planeta llevaron el resultado a la dimensión de goleada, matizada por Agüero, quien jugó los últimos quince por Higuaín.