La política no escapa a la tentación del poder hegemónico y egoísta, desatendiendo tanto las libertades personales como el bien común. ¿Cuál sería la diferencia entre algunos políticos, que abundan, y los estadistas, que faltan? Muchos dirigentes tienden a actuar por mera conveniencia, se rigen por el miedo y la mentira. El verdadero estadista, en cambio, lo hace por principios, enseña con su ejemplo e invoca la madurez de los ciudadanos; no los ahoga en la ignorancia sino que busca el bien posible para todos por encima de los intereses propios o partidarios.
La realidad es compleja y la política debe atender a las posibilidades en cada momento y circunstancia. La virtud de los ciudadanos es condición necesaria pero no suficiente. En otras palabras, la política es tanto reflejo de la sociedad como constitutiva de ella. Por lo tanto, tiene capacidad correctiva para regenerar la vida pública o reformar hábitos y prácticas arraigadas que sean hostiles a determinadas instituciones.
En este sentido, las sociedades muy polarizadas evidenciarían una grave inmadurez psicológica (los ejemplos en el quehacer cotidiano abundan), porque la polarización se basa en una supuesta superioridad, que es profundamente discriminatoria: sentirse superior a quien piensa diferente es el germen de todo fascismo, de derecha o izquierda que sea.
Superar el infantil victimismo en el que muchas veces nos refugiamos significa crecer y hacernos responsables de las propias acciones, palabras y decisiones. La igualdad y solidaridad entre los miembros de una sociedad son señales contundentes de madurez y plenitud evolutiva. Muchas veces los que alcanzan la cima de la pirámide no son los más sabios y maduros, sino simplemente los más astutos, cuando no los más inescrupulosos.
¿Pueden los ciudadanos influir positivamente en la política? En principio, la respuesta comenzaría por subrayar la necesidad de despertar del letargo, la indiferencia o el sometimiento. Así como una persona madura es alguien despierto y consciente, que nutre su propia vida y la de los demás, también una sociedad madura debería generar espacios de creación y lazos de cooperación. Nada de esto surge ante quienes solo anteponen medidas extremas más propias de regímenes dictatoriales o autocráticos, que en una democracia republicana que funciona plenamente. Los cambios nos convocan a todos, sin distinción de banderías. Es tiempo ya de subir la apuesta, abandonar el negacionismo supuestamente «progre» y dejar esas transacciones que dejan un sabor metálico al que acostumbran los extorsionadores.
Para culminar, ¿ saben el del tipo que pasaba por un cementerio ?. De un túmulo reciente sale una mano descarnada y un grito: “¡Ayúdame! ¡Estoy vivo!”. El tipo pisotea la mano hasta volver a hundirla en el agujero, diciendo: “¡ No chilles más ! . Lo que estás es mal enterrado…”. El kirchnerismo no está vivo, aunque crean otra cosa los interesados en seguir agitando el espantajo para que les tomen en serio políticamente. Pero por desgracia tampoco está bien enterrado. De vez en cuando se le sale un brazo o una pata de la tumba, y grita, pidiendo respeto y obediencia. Como ya ha perdido mucha audiencia, intenta hacerse oír a través de sus representantes en el mundo de los vivos, o sea, los reclusos de la banda que aún mantienen la disciplina y sus herederos políticos que esperan algún reconocimiento publicitario forzando utópicas amnistías o al menos cambios en la política penitenciaria. No han podido triunfar como verdugos y ahora pretenden ganar haciéndose las víctimas. Son simplemente, estertores del otoño.(www.caraycecaonline.com.ar)