
Acuerdo de San Nicolás en 1852, el ptimero paral la Reorganización Nacional
Buenos Aires, 15 de abril. (caraycecaonline) La celebración de Pascuas es una renovación de la fé cristina, que convoca al renacimiento de las mejores cualidades humanas para la convivencia y la fraternidad. Es también un tiempo de reflexión para encarar un nuevo comienzo de los cambios sociales y políticos que se avizoran en una sociedad en tránsito hacia un futuro de realizaciones. La prevalencia del diálogo y los consensos, más allá de las elecciones de octubre indican un tiempo donde conciliar la ética y la moral con lo político.
Como todos los años y con una regularidad que escapa a los variables feriados, llega el día que conmemora la Pasión de Jesús. La muerte y resurrección de Cristo invitan a anteponer el bien común a cualquier interés personal o de grupo y a reforzar la solidaridad con los más vulnerables. Los testimonios históricos afirman que Jesús de Nazareth fue terriblemente torturado en Jerusalén en tiempos de Poncio Pilatos y después de padecer durante horas, murió crucificado. Los evangelios, que tienen un valor histórico indiscutido, afirman que resucitó al tercer día. La fe cristiana cree firmemente que el Hijo de Dios hecho hombre, dio su vida por amor a la humanidad. El rito cristiano también afirma que fue una muerte que abre a la esperanza nuestra misma muerte ya que fuimos creados por Dios para resucitar a la vida eterna. Por ello, la Pascua de Cristo habla ante todo de una cuestión esencial de la humanidad, el sentido de la vida. Y reafirma que toda la realidad histórica tiene una dimensión trascendente. La vida terrenal es una siembra de esperanzas. No se avanza hacia el sinsentido de un abismo, sino hacia la plenitud de la vida eterna en el amor de Dios participado eternamente por los justos.
Pero la Pascua de Cristo no habla sólo del más allá. La vida y la muerte de Jesús constituyen en modelo de vida para quienes quieran seguirlo. El mismo dijo «Yo soy el camino» y su estilo de vida es ejemplar. Enseña, por ejemplo, que la vida es un don recibido para que fructifique. El dio la vida en servicio para que la Humanidad sepa que la clave de la felicidad está en servir a los hermanos, principalmente a los pobres. Es decir, huir del egoísmo, del egocentrismo y de toda tentación de hacer girar el mundo en torno a una persona. No hay modo más cristiano de vivir que el de entrar en la práctica de dar, que convierte la existencia en solidaridad permanente. La Pascua aleja la tentación tan constante en los triunfadores y poderosos de este mundo, de pretender constituirse en modelos y mesías temporales. Esta Pascua de Cristo tiene un mensaje muy profundo para la actual realidad argentina. Ante todo, invita a preguntarse cuál es la escala de valores sobre la que pretendemos asentar nuestra convivencia, sobre qué bases pretendemos construir nuestra felicidad personal y social. Y nos recuerda que al margen del servicio y la solidaridad, cualquier poder puede volverse contra quien lo detenta.
No hay estrategia, por bien compaginada que esté, capaz de prescindir de un diagnótico acertado. Dicho en otros términos: la mejor estrategia estará siempre condenada al fracaso si previamente sus gestores equivocan el diagnóstico de la situación sobre lacual pretenden actuar. Conviene tener en cuenta estos principios generales cuando se elaboran planes o proyectos para empezar a revertir la actual conflictividad social de Argentina. Si creemos que ésta es solo una más de las muchas coyunturas que se han sucedido en los diferentes períodos de nuestra historia contemporánea, si no logramos distinguir lo que tiene de inédito, equivocaremos el diagnóstico y difícilmente podremos diseñar y ejecutar, con mínimas posibilidades de éxito, un programa de reconstrucción
nacional. Es hora de reconocer que estamos delante de un escenario cualitativamente diferente de cualquier otro de nuestra historia en el último siglo. Los distintos factores que lo provocaron, considerados separada o individualmente, serían por sí solos de inocultable gravedad, pero el hecho de que hayan convergido en conjunto –es decir, el hecho de que hayan coincidido en el tiempo– ha generado una voluntad de cambio que, sin un espíritu catastrófico, nos animaríamos a considerar como terminal. No es la primera vez que la Argentina está ante una oportunidad semejante; a principios de la década del 30 tuvo una desocupación que orillaba el 25 por ciento; en los pasados años setenta fue devastada por una violencia irracional; debió soportar en varias
oportunidades recesiones brutales, como la que hoy está en vías de superación. No son del todo inéditos, tampoco, los otros rasgos de un nuevo comienzo que estamos viviendo: la recusación generalizada de la clase política, la reciente deserción del Estado respecto de sus deberes esenciales durante el gobierno kirchnerista, el cuestionamiento de las instituciones y la quiebra del sistema federal. Pero nunca antes todas estas calamidades se habían abatido sobre nuestro castigado cuerpo social en el mismo momento. A lo que hay que sumar otra particular coincidencia: que no se percibe ninguna alternativa de poder capaz de llenar el vacío que se producirá como resultado del casi seguro fracaso del actual gobierno y de la caída estrepitosa de un régimen –clientelista en lo político y prebendario en lo económico– que no tiene posibilidad alguna de sobrevivir al final de la actual administración.
Digamos sin exagerar, que desde 2003 imperó en la Argentina, de hecho, un sistema político basado en la cleptocracia sustentado en términos institucionales y jurídicos por argucias que fueron sumiendo a la sociedad en la mas tremenda decadencia.
Un sistema político existe como tal cuando el cuerpo social tiene en claro cuál es la alternativa a la que deberá aferrarse en el caso de una eventual reemplazo del régimen vigente. Hoy esa alternativa no existe. Hoy quienes pretenden presentarse como tales
pero sólo han abierto un vacío que el imaginario social no advierte cómo podrá llenarse. Nada es más imperioso en la Argentina de hoy que consolidar el sistema político-institucional sobre bases democráticas transparentes y estables. La seguridad
jurídica, la recreación de políticas de Estado serias y responsables que posibiliten la recomposición de un orden económico sustentable y previsible, la renovación de las dirigencias partidarias, empresariales, sindicales y sociales, y la creación de nuevas
corrientes y opciones políticas son algunos de los presupuestos sobre los cuales podrá construirse un sistema en el que las alternativas de reemplazo estén dentro del cuadro institucional vigente y no fuera de él. Es hora de que los hijos de esta tierra hagamos algo más que administrar del mejor modo posible la coyuntura. Es hora de que nos pongamos de acuerdo en una serie de principios estratégicos básicos cuya vigencia esté férreamente asegurada aunque cambien los gobiernos y se renueven las dirigencias. Sólo así será posible construir la República previsible, confiable, segura, con la que sueña la inmensa mayoría de los argentinos.(www.caraycecaonline.com.ar)