Al deterioro material de las Fuerzas Armadas argentinas debe sumarse la falta de organización y de acción militar conjunta, que deriva en que cada fuerza actúa frecuentemente con una llamativa independencia de lo que hacen las restantes y de una ostensible desorientación estratégica. Estos hechos que hablan por sí solos constituyen un marco histórico que ayuda a entender, aunque no a aceptar, el doloroso accidente del San Juan
(Por Jorge Augusto Avila)
Más allá de que hayan existido deficiencias y fallas en las Fuerzas Armadas, la cuestión de un sistemático castigo presupuestario debe interpretarse principalmente por razones políticas e ideológicas. Desde el retorno a la democracia, en 1983, no hubo renovación del equipamiento militar. Los pocos equipos o armamentos que se incorporaron en los primeros años de la presidencia de Raúl Alfonsín, entre ellos el submarino San Juan, lo fueron en cumplimiento de contratos anteriores. Gran parte de los barcos, aviones y equipos que habían superado la Guerra de Malvinas, fueron deteriorándose y se radiaron o desguazaron gradualmente. La provisión de repuestos, combustibles y municiones fue absolutamente insuficiente, al extremo de impedir el adiestramiento adecuado del personal.
La compra de los submarinos construidos en el astillero Howaldtswecke a la firma Thyssen de Alemania, fue acordada en el año 1969. Contemplaba la construcción de un nuevo astillero local, luego denominado Domecq García, para continuar la fabricación en la Argentina y realizar el mantenimiento. Se complementaba con el sistema de izado de buques instalado en Tandanor. A principios de los años noventa, en el marco de la reducción del gasto en defensa, cuando estaba en construcción el primer submarino, el astillero Domecq García fue parcialmente desmantelado. Por esa razón, la reparación y el reciclado del submarino Salta y, luego, del San Juan se realizaron sin disponer de aquel equipamiento especializado. El San Luis, primero de la serie alemana, que combatió en las Malvinas, está hoy abandonado. Circunstancias similares corresponde a las fragatas misilísticas construidas en los años setenta y alistadas en el astillero Río Santiago. La fragata Santísima Trinidad fue hundida durante su construcción mediante una bomba colocada por montoneros. Reflotada luego y puesta en operaciones, finalmente, se hundió estando en desuso, amarrada en Puerto Belgrano.
Al deterioro material de las Fuerzas Armadas argentinas debe sumarse la falta de organización y de acción militar conjunta, que deriva en que cada fuerza actúa frecuentemente con una llamativa independencia de lo que hacen las restantes y de una ostensible desorientación estratégica. Estos hechos que hablan por sí solos constituyen un marco histórico que ayuda a entender, aunque no a aceptar, el doloroso accidente del San Juan. Es probable que el análisis de la tragedia revele equivocaciones y diferentes responsabilidades. Habrá tiempo para una investigación que debería ser implacable y lo más transparente posible. Llegado el momento, será necesario precisar en la medida que se pueda los detalles de lo acontecido y, finalmente, replantear en profundidad la política de defensa. En estas horas, es el deber de todos homenajear a los 44 héroes que tripulaban el submarino ARA San Juan y acompañar a sus familias. Respetar el código de honor, que no alcanza sólo a quienes abrazan la vida militar, sino a toda la sociedad tributaria de sus esfuerzos, recordando a figuras como los generales Enrique Mosconi, pionero de la explotación petrolera, Manuel Savio, promotor de la siderurgia e industria pesada en el país y Jorge Leal, quien comandó la primera expedición argentina al Polo sur y sentó las bases de nuestra soberanía antártica.(www.caraycecaonline.com.ar)