Se ha dicho que la tesis del malestar no se explica por la econom¡a, que crece a buen ritmo, con un desempleo con altibajos y una inflaci¢n resiliente. Con todo, el fenómeno podría tener causas más allá de lo estrictamente económico, por lo que bien podría coexistir con un momento de relativa pujanza. Aún así, debería ser posible detectarlo, sobre todo si afecta a la sociedad entera, en otras estadísticas económicas, por ejemplo, en una mayor tendencia de las personas a proteger su patrimonio invirtiéndo en divisas o sacándolo del país, o que disminuyera la disposición a invertir aquí. Ser¡a esperable, también, que el malestar se expresara en mayores tasas de emigración. Sobre nada de esto hay indicios, sino más bien lo contrario. Por otro lado, mientras el discurso imperante promueve la educación «popular», en la práctica se prefieren los establecimientos educacionales subvencionados o privados, y la mayor parte hacen el esfuerzo de matricular a sus hijos en universidades privadas.
Sobre todo, el malestar no se refleja en la satisfacción con sus vidas que se refleja en las encuestas conocidas. El diagnóstico del malestar, por ende, parece más bien reflejar las expectativas que, en una sociedad moderna, con mayores niveles de desarrollo y libertad, encuentran más canales de expresión. De ahí que parezcan fuera de lugar las comparaciones con fenómenos asimilables a una profunda recesión o grave depresión, realidad muy distinta a los tiempos que corren. El mundo político tiene responsabilidad en alimentar expectativas poco realistas y en la consiguiente frustración. Y aunque el nuestro es un país donde persisten desigualdades que es preciso afrontar, no se debe contribuir a exacerbar demandas y a crear un clima que da pie para hablar de un supuesto «malestar» cuando se insiste demasiado en algunos sectores en corregir «injusticias» y, también, cuando se muestra un mal manejo político de las demandas en educación y de los desmanes generados al amparo de las marchas. Los políticos y las autoridades deben actuar con seriedad al proponer diagnósticos sobre la realidad del país, para no propiciar miradas distorsionadas sobre la sociedad y sus problemas.
No se trata del dólar o las tarifas, sino de un proyecto común que aún con diferencias, podamos compartir para sacar definitivamente a nuestro país de una decadencia que algunos pretenden disfrazar de lucha de clases , cuando se trata meramente de pugnas sectarias.(www.caraycecaonline.com.ar)