Es uno de los ídolos de River y defendió los colores de la Selección. Debutó en 1945 y se retiró en 1970. Fue uno de los precursores en el puesto.
Carrizo venía de una ciudad santafesina muy ligada a los afectos riverplatenses, Rufino. Allí había nacido Bernabé Ferreyra, el temible goleador en los albores del profesionalismo. Carrizo, hijo de un operario del ferrocarril Pacífico, comenzó desde chico a participar en competencias locales y su referente en el arco fue Sócrates Cieri quien, tras militar en el club Matienzo, llegaría a equipos profesionales como San Lorenzo y Gimnasia.
Con apenas 16 años, Carrizo ya era el arquero titular del BAP, que ganó la liga local en 1942. Allí su padre, Manuel, le pidió al jefe de la seccional local del Pacífico, Héctor Berra, una carta de recomendación para que Amadeo se probara en River. Berra tenía contactos: destacado atleta (finalista olímpico del salto en largo en Los Angeles 1932) había representado al club “millonario” y conocía bien al mítico Peucelle, ahora a cargo del “reclutamiento” y de las divisiones menores.
Carrizo fue inmediatamente aprobado y se radicó en Buenos Aires, en Villa Devoto (donde ya estaban sus tíos). Y allí pasó toda su vida, allí conoció a su mujer Ilia, allí se casaron en 1951.
El debut oficial en Primera se produjo del 6 de mayo de 1945, un 2-1 de visitantes contra el equipo del cual era hincha: Independiente. “Debuté contra mis ídolos, De la Mata y Erico”, recordó. Carrizo ya había integrado una Reserva excepcional (incluía a Néstor Rossi y Di Stéfano), campeona el año anterior. Comenzó a alternar con los titulares, era una de las épocas más gloriosas de River, la de La Máquina: “El fútbol me dio la posibilidad de ver a La Máquina desde adentro. Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, eran la perfección con un estilo de juego en una época donde no existían la preparación física ni las marcas actuales”.
Jugó algunos amistosos para Alianza Lima y después firmó para Millonarios de Bogotá, donde jugó dos temporadas, para retirarse definitivamente a los 44 años. Aceptó dirigir a los colombianos, en su primera experiencia como DT, y también lo hizo en Deportivo Armenio, en el ascenso local (1973 y 1974), pero no reincidió en esa función.
Carrizo había marcado una época como un pionero. Desde la estética hasta la técnica del arquero. Fue el que impuso la modalidad de atajar con guantes, algo que le había aconsejado el italiano Giovanni Viola. Su nuevo estilo e ra salir a cortar jugadas con los pies, amortiguar una pelota con el pecho, lanzar contraataques. Hoy parece habitual en cualquier arquero, en su época era revolucionario. Pero, más allá del estilo, Carrizo aportaba personalidad y seguridad, requisitos insustituibles para un arquero. Explicaba: “Mi estilo no fue un capricho, sino que había razones para tenerla. River siempre iba al ataque y obligaba a que el arquero también jugara adelantado”.
Campeón con River, fue convocado para la Selección, pero pasó allí uno de sus momentos más tristes, le tocó atajar en el “desastre de Suecia” (aquel 1-6 con Checoslovaquia, la eliminación y el largo período de bajón de nuestros equipos nacionales). “Hacía mucho que la Argentina no jugaba nada importante, no teníamos amistosos con ningún equipo europeo, estábamos ajenos a lo que pasaba”, contó. Sufrió mucho por aquellas críticas y recién aceptó otra convocatoria para la Copa de las Naciones, en Brasil (1964), donde tuvo su reivindicación en el 3-0 ante los locales, en el penal que le atajó a Gerson y en el único título importante para la Argentina por aquellos tiempos.