El kirchnerismo duro y sus aliados políticos en el Frente de Todos, acicateados por la nomenclatura del régimen populista de Maduro, intentaron torcer la posición presidencial y evitar que Argentina votara a favor del informe Bachelet.
Con el aval silencioso de CFK, la diplomacia argentina en la OEA intentó boicotear la decisión de Alberto Fernández. Carlos Raimundi, un ex diputado con escaso conocimiento de política exterior, aprovechó su designación en la OEA para jugar al lado de Maduro. Fue un bochorno que la Casa Rosada pagó en prestigio internacional.
La posición argentina frente al informe Bachelet fue un triunfo diplomático de Alberto Fernández. El Presidente capitalizó ese movimiento de política exterior en su conversación con Joseph Biden y durante los encuentros que mantuvo con Jair Bolsonaro y Luis Lacalle Pou. Ya no aparecía Argentina cercana a Maduro y su régimen populista, que aplicaba el terror sistemático para permanecer en el poder.
En este contexto geopolítico, adonde la secuencia se alineaba con los parámetros previstos por el Presidente, no se entiende por qué la Argentina decidió callar frente al fraude cometido por Maduro en los comicios legislativos del domingo pasado. El silencio de Alberto Fernández, en contra de la información reservada que maneja y sus propias convicciones, transformó su política exterior en un lodazal.
A su turno, el especialista en relaciones internacionales y exembajador Mariano Caucino sostuvo que “el gobierno argentino ha optado por un silencio ensordecedor ante el fraude y la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela. El Presidente cree -añadió Caucino- que puede quedar bien con tirios y troyanos, pero lamentablemente eso no es posible: va rumbo a quedar mal con todo el mundo”.
Desde otra perspectiva, el silencio diplomático de Alberto Fernández se puede explicar por la correlación de fuerzas adentro de la coalición de gobierno. Cuando impuso su postura respecto al informe Bachelet, el Presidente aún mantenía una importante imagen pública a favor y CFK permanecía recluida en su despacho del Senado aguardando su oportunidad política.
Ese escenario de poder cambió en las últimas semanas: Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner casi no se hablan, la imagen positiva del jefe de Estado cayó y Maduro ejecutó una filosa operación de lobby en el Frente de Todos para evitar la condena de la Argentina.
A su vez, Alberto Fernández desconfía de Felipe Solá y eso le juega en contra al momento de tomar decisiones respecto a la crisis de Venezuela. No es común que un Presidente no convoque a su canciller para analizar cómo responder ante un acontecimiento institucional de semejantes características.
El Presidente recibió muchísimos informes -públicos y reservados- acerca del fraude cometido por Maduro para preservar su poder interno. Y ya no tiene dudas sobre la responsabilidad institucional del régimen populista.
Pero privilegió mantener el frágil statu quo con CFK y el Frente de Todos. Una decisión política que dañó su agenda internacional y fortaleció la hipótesis de cohabitación tácita con la vicepresidente que preocupa -mucho- en el Mercosur, la Unión Europea y el equipo de transición de Joseph Biden. (www.caraycecaonline.com.ar)